lunes, 20 de septiembre de 2010

A Veces Vuelvo

 (La imagen la seleccionó Google con la palabra de búsqueda “vuelvo” y a mí me pareció lo mejor)

Extraño es volver a este lugar después de tanto tiempo. Siento que lo que está más abajo fue escrito por una adolescente que fui yo hace unos años. Esa clase de cosas que en su momento te parecen graciosas y que ahora te dan vergüenza. Antes, lo hubiera borrado todo. Ahora, tengo la idea de guardar cada papel en el que escribo. Así, conviven en mi cuarto un montón de papeles desperdigados por aquí y por allá y unos cuantos cuadernos que, a la hora de hacer limpieza, pasan automáticamente de una bolsa de basura a estar de nuevo en su lugar original. No puedo con ellos, tampoco conmigo. No consigo tirarlos. Así como tampoco conseguí borrar en su momento este blog. 

No reniego de él, debo decirlo. Mi locura se mantiene aunque ha sentado cabeza (sólo un poco, lo que le ha exigido el crecer), sigo haciendo eternas listas de “cosas para hacer” (que jamás cumplo, por supuesto), sigo no-yendo al gimnasio, no-comiendo bien, no-siendo políticamente correcta y las manías cotidianas son el pan de cada día aunque se han vuelto más tímidas y sólo se revelan ante mí. 

Pero sigo teniendo cosas que contar y aunque he ido generando otros espacios, a veces me pasan cosas para las que pienso que este sería el lugar... el de los personajes extraños con los que interactúo en la parada del ómnibus o la cola del banco; el de mis constantes reencuentros con mi ex en los peores momentos de mi vida estética; el de mis paranoias absurdas; el de mis desahogos triviales; el que deja que me ría de mí misma, de la adolescente que fui y del proyecto de adulta que soy (y que espero jamás llegar a serlo. Sólo escribir la palabra me resultó deprimente).

En fin, vuelvo. No sé por cuánto tiempo. Soy inconstante como pocas. Pero qué lindo es saber que hay un lugar tuyo adonde siempre se puede regresar. 

 

lunes, 5 de enero de 2009

Encuentros cercanos con aquel tipo


Mi reencuentro con Él, aunque no fuera de su conocimiento, estaba planeado por mí desde hacía tiempo. No sé si planeado sería la palabra pero, al menos, sí ensayado varias veces. Qué decir, cómo decirlo, qué sonrisa dibujar en mi cara y en qué exacto momento. Es que volverse a encontrar con un ex después de un largo tiempo de ausencia no es pavada. Mucho menos para una loccacomotumadre como yo.

Cuando pensaba en el encuentro con Él, siempre tenía dos fantasías relacionadas al evento. O, más bien, un sueño y una pesadilla. Por un lado, estaba el clásico deseo de toda mujer despechada y pseudo-superada, de encontrármelo humillado y espantosamente solo mientras que yo irradiaba felicidad y belleza. Por otro, estaba mi miedo secreto de encontrármelo en el peor momento estético de mi vida, con las raíces por la mitad de la cabeza (aunque Él me conoció morocha alguna vez), unos kilos de más mal vestidos en el peor de los joguin y cara de recién levantada después de una resaca.

Lo cierto es que, después de tanto ensayar y esperar, el encuentro se produjo este sábado. Y, como era de esperarse, no salió exactamente como pensaba. No se cumplió ni el sueño ni la pesadilla. Él no estaba muy mal que digamos e iba acompañado de una chica rubia de la que no recuerdo el nombre (y eso que fuimos presentadas por él con beso y sonrisa falsa por parte de ambas incluida). De todos modos, eso no me importa demasiado. Yo tampoco estaba tan mal y también estaba acompañada. Lo que sí me importa y aún me sigue torturando es que me tomó tan pero tan por sorpresa el muy hijodeputa que no me dio el tiempo de reaccionar y de decir la mitad de las cosas que tenía pensadas y podría haber dicho. Es más, creo que no dije ni seis palabras seguidas, ¡con la cantidad que me quedaron atragantadas y que me encantaría habérselas escupido en la cara!

En fin, tampoco puedo quejarme demasiado. No iba vestida con un joguin (el hecho de que jamás use joguin puede ser la razón...); tenía raíces pero estaban dignamente brushigniadas minutos antes (¡bendita sea la hora en la que decidí pasarme la planchita y no salir a la calle cual leona de Sedal sin Sedal!); y la sonrisa que le dirigí a la rubia compañía que iba a su lado resultó parecer de lo más natural.De cualquier manera, estoy convencida de que el tiempo me va a conceder una segunda oportunidad y, para ese entonces, prometo estar mejor preparada. Porque, total, pensándolo bien, a él nunca le impactaron demasiado las primeras impresiones...

Empiecen bien la semana, queridos míos. Me despido, con mucho para hacer, un tanto más para estudiar, muy poca gana y

loccacomotumadre

Esperanza a dónde vas


Mi ocio ha llegado a un grado tal que me da fiaca hasta para escribir en el blog, aunque me conecte asiduamente a Internet, aunque visite (y hasta firme) blogs ajenos, y piense en un montón de cosas que estaría bueno escribir por acá. Pero, como casi todas las cosas que pienso que estaría bueno hacer, quedan en el simple pensamiento que difícilmente se concreta. Gran error, gran defecto. Pero estamos de vacaciones y no hay por qué ponerse a pensar en cosas negativas. Mejor vamos a lo bueno.

Me había hecho una listita de cosas productivas para hacer en vacaciones, algunas se van cumpliendo, otras no (era obvio, ¿quién cree en el cumpliemiento de esa listita acaso?), debo reconocer que son más las que no que las que sí pero me quedo contenta de poder ponerle un signito de "ok" al renglón en el que escribí "Mirar esas películas que tengo reservadas desde hace siglos y nunca miro" (Diarios de motocicleta, Hiroshima Mon amour y La mala educación son buenos ejemplos de ello) y "Leer algún libro que valga la pena por el simple y puro placer de leer algo que me gusta". Definitivamente y teniendo en cuenta la carrera que estudio y lo mucho que amo el cine y la literatura, bien pueden considerarse cosas productivas que he hecho en vacaciones. También hay cosas que me gustaría ponerles el signito de "ok" al lado pero que, por ahora, permanecen en stand by y no deberían estarlo. Ejemplos: "Aprovechar que pagué el gimnasio todo el año por adelantado e ir de vez en cuando, aunque sólo sea para ver si sigue en el mismo lugar" o, también, "Retomar aquella idea que funcionó bastante en el verano de comer sano y bien, y mantener esa conducta por algo más de 24 horas". Hoy estuve a punto. Pero más o menos cerca de cumplir la hora 22 alguien me ofreció un exquisito manjar calórico y grasoso. Qué placer. Cuánta culpa.

En fin, quedan tres semanas más de vacaciones. ¿Por qué no pensar que en este tiempo restante puedo mirar películas, salvar exámenes y leer libros que me gusten mientras como una ensaladita de lechuga y pepino a la vuelta de la clase de Glúteos perfectos? (creánlo o no, existe una clase con ese nombre en el gimnasio al que solía acudir y debería volver).

La esperanza es lo último que se pierde. Y, ahora que lo pienso, debería ser una de las primeras cosas a anotar a la hora de realizar una lista con cosas útiles para hacer: "Convencerme de que todo esto que estoy enumerando, realmente va a ser cumplido".

Sean felices, queridos míos. Yo, por ahora, feliz, ociosa y

loccacomotumadre

Panza arriba

Amigo imaginario
¿Te vas a poner el despertador igual aunque ahora no tengas que levantarte temprano?

Loccacomotumadre
¡Obvio! Justamente por eso lo pongo. ¿Qué gracia tiene si no? Lo escucho sonar impertinentemente y con el mayor de los placeres lo apago sin ninguna clase de culpa.

Amigo imaginario
¿Y después te podés volver a dormir?

Loccacomotumadre
Como si nada hubiera pasado.

Amigo imaginario
Estás loca nena, ¡eh!

Loccacomotumadre
Ya era hora de que te dieras cuenta.



Y así es mi vida de vacaciones. El despertador suena a las 6:30 hs. como todas las mañanas. Yo extiendo el brazo, lo tomo entre mis manos cual premio largamente ansiado y, sin apenas abrir los ojos, lo apago, no sin antes sonreír por dentro y mandarlo bien a la mierda. Nada mejor que tener que pensar sólo en cuál será tu próximo sueño. De todos modos, si bien estos dos primeros días me los he tomado bastante light, me he propuesto algunas cuestiones que no sé si llegaré a lograr pero que están en mi lista de "cosas útiles para hacer en vacaciones". Ya les contaré más al respecto.Igualmente, no hay necesidad de que me envidien demasiado. En un par de semanitas voy a estar ocupando mis días de ocio porque conseguí un trabajito. Entonces, a disfrutar de los días que me quedan se ha dicho...

Saludos a todos

The end


Y así, como quien no quiere la cosa, llegó el fin del semestre que tanto deseaba. Ya no necesito más la hojita final del cuaderno Papiros en la que tachaba, cual preso ansioso por su libertad, las jornadas transcurridas. Qué placer. Qué cantidad de proyectos para estos próximos casi dos meses de semi-ocio (ya explicaré por qué el "semi") que probablemente no cumpla, pero no importa, es el primer día de mis vacaciones y hoy todo parece posible.

El pesimista me podrá decir "pero se vienen los exámenes". Y es cierto. Pero nada (ni siquiera cinco exámenes inminentes) pueden ser peor que las clases de Opinión pública a las 8 de la mañana. Así que vos, pesimista, no te arrugues. Estamos de vacaciones y ningún examen podrá aplacar mi ámimo (bue, probablmente el día previo al acontecimiento sí lo haga pero eso ya se verá en su momento).

En otro orden de cosas, últimamente mi suerte está cambiando. Y, después de varios meses de intentos fallidos, fracasos inesperados y decepciones consecutivas, tanta buena suerte de golpe asusta. No sé si sospechar de haber tenido dos propuestas laborales en una misma semana, de haber exonerado una materia que en teoría no era exonerable y de que, aparentemente, me haya ido muy bien en el último parcial de economía. Tengo la duda de si debo disfrutar del momento o si debo estar atenta a dónde puede estar la cámara oculta que me quiere hacer quedar como la más boluda de las ilusas. De todos modos, termino por pensar que, como dice la canción de Jorgito, "Algunas veces, mejor no preguntar, por una vez que algo sale bien. Si todo empieza y todo tiene un final, hay que pensar que la tristeza también se va, se va, se fue..."

Me despido, con ganas inusitadas de empezar una nueva semana, deseándoles lo mejor y

loccacomotumadre

Buscando una salida


Buscar trabajo puede resultar una de las tareas más frustrantes de la vida de un ser humano medianamente sensible. Sobre todo si lo está haciendo por primera vez o, lo que es peor, por primera vez buscando aquello que realmente quisiera hacer. Me refiero a eso por lo que estás estudiando, estudiaste o te recibiste. A eso a lo que te querés dedicar por el resto de tu vida.

Es el momento ideal para plantearse preguntas existenciales tales como: ¿elegí bien la carrera que elegí?; ¿sirvo realmente para algo?; ¿algún día me contratarán en algún lado medianamente digno?; ¿para qué mierda elegí lo que elegí?, y cosas por el estilo. Obviamente que, por la salud mental de todo desocupado con intenciones de dejar de serlo, no hay que tomarse esas preguntas tan en serio. En caso de no ser tomado en cuenta ese último punto, se puede llegar a deprimirse, tener una crisis vocacional, aceptar algún trabajo turbio o decidir no trabajar más en tu vida (lo cual, lamentablemente, es una ilusión de lo más ilusa).

En esta etapa tan fructífera y alentadora de la vida no faltan los comentarios de algún familiar/amigo/chusma/entrometido del tipo "¿¿yy??...¿no pensaste en buscar un trabajito?" y, después, cuando le contestás lo más amablemente posible que sí, que estás en eso pero que no encontrás nada, viene la sonrisita complaciente y falsa que expresa un no te creo nada y el clásico "ya te va a salir algo". Gracias. Es la frase más estimulante que deseaba escuchar.

En fin, como podrán imaginarse, me encuentro en esa etapa de mi vida. Odio al gallito Luis y estoy harta de imprimir currículums y mandar mails y escribir cartas de presentación y que nadie sea tan amable como para decir "Gracias, pero no nos servís. Gracias, pero ya tomamos a alguien. Gracias, dedicáte a otra cosa". Al menos para no ilusionarme y atender el teléfono pensando que, capaz, me están llamando para una entrevista. O abrir hasta los SPAM en el mail por si me contestaron de algún trabajo. En fin...ya va a salir algo.

De todos modos y contra todo pronóstico, ando con buen ánimo. La idea de participar en el concurso de cortos de Patricia me tiene entusiasmada y un poco loca, por supuesto, cuándo no. Demasiadas cosas por conseguir en tan poco tiempo. Necesito un par de actores más (o de personas que se animen a hacer de actores...y les salga bien, en lo posible) que laburen por amor al arte y no es cosa fácil. ¿Hay alguien por acá con talento histriónico que se cope? En fin, feliz día de los trabajadores para los que lo sean y, para los que, como yo, quieran serlo, ¡mucha suerte en la búsqueda!

Me despido de ustedes, con algunas frustraciones, un par de ilusiones a cuestas y

loccacomotumadre

Interrumpo la transmisión habitual


porque la vida diaria me exige poner los pies en la tierra por un rato. No pienso quedarme ahí por mucho tiempo más. Sólo tengo que terminar de redactar un ensayo sobre literatura danesa del siglo XX, dar un parcial de una materia muy fea y aburrida y alguna otra cosa más por el estilo. Nada a lo que no haya sobrevivido en estos últimos años de facultad pero que, cuando todavía no terminaste de hacerlo, te parece imposible.

Cosas de las que me he dado cuenta en estos días que requieren de mi más mínima dispersión para concentrarme en el estudio:

* Cualquier programa de televisión (inluso la E! True Holywood story de la vida de Lindsay Lohan) puede resultarte atractivo con tal de no volver a las entrañables páginas del repartido que estás estudiando. De hecho, justamente por ese programa que jamás verías en condiciones normales o por no "perderte" el final de una película de hace diez años que estás viendo por trigésima vez, se te fueron dos preciadas horas de estudio.

*Te volvés más consciente de las pocas veces que suena tu celular, lo que te lleva a pensar en qué andarán haciendo tus amigos, lo que también te lleva a pensar en qué será de la vida de Eliana, que hace mil que no sabés de ella, lo que te lleva a interrumpir el repartido para mandarle un mensaje o, ya que estás, hacerle un llamadito. Probablemente, media hora perdida más.

*El café no funciona para quitarte el sueño cuando es preferible dormir a estar despierto. Basta de mentiras, aunque tomes 25 jarras de café y hasta lo mezcles con alguna otra sustancia, seguirás teniendo sueño y nada te dará ánimo para terminar de una vez con ese capítulo del libro que venís "leyendo" hace dos días.

*Nunca se disfruta más del horario de las comidas y, cómo no, la sobremesa, con tal de extender el tiempo libre y no volver a la triste realidad que te espera en tu cuarto.

*Es el momento más propicio para odiarte a vos mismo por los días de vacaciones en los que, con cierta nostalgia, decías estar aburrido de no tener nada para hacer y te mostrabas ansioso por empezar las clases otra vez.

Un beso grande para todos, gracias por los mensajes que me han dejado, me despido de ustedes, con tristeza por tener que volver al archivo de Word de mi ensayo que me espera amenazante aquí abajo minimizado, deseando terminar y

loccacomotumadre

Cantáte una que no sepa nadie


Hoy subió al mismo ómnibus que yo. Otra vez. He llegado al grado de loccacomotumadre de pensar que lo hace por gusto, que me persique y quiere aniquilar mi gusto musical. Y mirá que a mí no me molesta que suban a cantar al ómnibus. Al contrario, suelen alegrarme el viaje y hacérmelo más corto. Pero, debemos reconocerlo, hay de todo en el transporte del Señor. Los que cantan demasiado bien como para ser ciertos. Los que cantan demasiado mal como para ser escuchados. Los peruanos, bolivianos, ecuatorianos y similares que tocan mil instrumentos a la vez. Los guitarristas que tocan bien pero cantan muy mal (pero cantan igualmente) y los cantantes que cantan muy buen pero no tienen idea de que la guitarra también debe estar afinada (pero la usan de todos modos). Después tenemos a algunos personajes particulares y originales como el tipo que toca el saxo (uno de mis preferidos, aunque no solemos subirnos a los mismos ómnibus él y yo) o el chico que rapea en vivo y en directo con su radiograbador al hombro (es muy bueno, pero siempre lamento lo que gastará en pilas).

Pero, dentro de todas estas categorías, nunca falta ese que se subió otra vez al mismo ómnibus que yo y que es el niño (joven, anciano o de mediana edad) que canta Color esperanza. Dan ganas de matarlo desde los primeros acordes. Al principio la canción resultaba simpática y, ¿cómo no?, esperanzadora. Hoy por hoy, resulta odiosa a los oídos de cualquier pasajero medianamente sensible. Es típico de quienes cantan esta canción el ser incapaces de entonar una nota. Son desafinados, cantan a capela (a veces pueden llegar al extremo de hacer palmas) y (aunque resulte increíble) no se aprendieron (todavía) la letra completa del tema. Con seguridad crean que, entonando Color esperanza, tengan asegurada la contribución general del emocionado público. Es cierto, antes funcionaba. Al principio, cuando el niño arrancaba con el "Sé que hay en tus ojos con sólo miraaar..." a uno le daban ganas de tararear el estribillo y hasta acompañarlo con las palmas. Cantaba muy mal, también es cierto, pero pobrecito, mirá qué linda la canción que eligió. Con el paso de los ómnibus y el tiempo, el tema empezó a sonarte mal. Ya el nene no te caía tan simpático ni te inpisraba lástima, te empezaste a fijar en que estaba mejor vestido que vos y notaste que desafinaba más de lo que habías creído que lo hacía. Tu contribución bajó de cuatro a dos pesos y empezaste a recordarlo (a modo de pesadilla) cada vez que sentías el saber que se puede, querer que se pueda en la radio.

Ahora, el niño te da asco. Diego Torres te resulta repulsivo y no podés escucharle la voz, independientemente de la canción que sea. En el ómnibus, cuando el niño anuncia que va a cantar la canción "Color espe..." ya estás aumentando el volúmen del MP3 con una canción absolutamente pesimista a modo de rebeldía. A la hora de entregar lo que dicta cada persona, cada bolsillo, cada corazón, quisieras escupirle la cara pero decidís ser menos drástico y no darle absolutamente nada. A fin de cuentas, está mejor vestido que vos, canta como el culo y odiás Color esperanza.

Gracias por las visitas y los mensajes, estoy con sueño, con muchísimas cosas para estudiar, una gripe inminente y

loccacomotumadre

Un sádico suelto en COME


Después del post anterior he pensado tanto en los ómnibus y sus especimenes específicos que me di cuenta de que tengo una especie de obsesión. Llegué al grado de loccacomotumadre de calcular cuántas horas de mi vida pasé arriba de un ómnibus y conviví con sus agradables funcionarios y usuarios. Evidentemente, no pude ir con mi memoria a mis orígenes para saber cuántos kilómetros llevo recorridos entre CUTCSA, COME y RAINCOOP, pero, en vistas de que hace tres años mantengo la misma rutina de transporte capitalino, llegué a la conclusión de que he vivido 25920 minutos en los diferentes ómnibus, lo que hace un total de 432 horas, lo que suma 18 días (¡enteros!). Al descubrir el resultado tuve dos impresiones inmediatas, por un lado, sentí pánico: no hay derecho que una pobre mujer gaste 25920 minutos de su vida de esa manera. Por el otro, comprendí, y fue tranquilizador, por qué tengo esa obsesión con los ómnibus, su flora y fauna. En conclusión, no estoy tan loca como pensaba. Al menos, no es que carezca de fundamento para estarlo. Soy sólo un producto de las circunstancias (¿O no les conté que pasé 25920 minutos encima de un ómnibus en los últimos 3 años, sin contar viajes interdepartamentales ni mis últimas vacaciones a Santa Fe que significaron 12 horas ida, 12 horas vuelta, lo que haría un total de…mejor ni lo pensemos).

En fin, la cosa es que, en vistas de que desaprovecho mi tan sagrado tiempo encima de un ómnibus, decidí buscarle el lado creativo para sentir que vale (al menos algo) la pena. Y, en estos días, me dedicaré a observar y a escribir acerca de este tema. De los personajes típicos que todo pasajero se encontrará alguna vez sentado a su lado, cobrándole el boleto o vendiéndole la lapicera retráctil de tinta suave y trazo fino, realizada en plástico japonés, recargable y con la posibilidad de ser probada en el momento.

Y, después de pensar mucho acerca de por quién empezar, decidí hacerlo por el sádico pasajero cómodamente-sentado. No les creo si me dicen que nunca se cruzaron con uno. Y, si lo hacen, será porque no han pasado tantas horas encima del ómnibus como yo. El sádico pasajero cómodamente-sentado es aquel que te mira triunfante desde su asiento. A vos que vas parado, que chorreás transpiración aunque te bañaste hace unas horas; que venís cargando con un mini surtido del súper, con la mochila, el paraguas (a la mañana llovía, y a este tiempo loco, ¿quién mierda lo entiende?), el celular que acabás de atender con lo que te queda libre de la mano derecha, y la billetera apretada con los dientes mientras intentás abrir la cartera. Te mira orgulloso y desenfadado, a vos, que te acaba de pisar con un taco aguja la pasajera impecable que va a tu lado (y que, por cierto, ni siquiera te pidió disculpas. Maldita), a vos que corriste el ómnibus y que desde que terminaste la gimnasia del liceo no sabías ni lo que era caminar apurando el paso (y tenés 35…).

El sádico-cómodamente-sentado no tiene ninguna clase de piedad. Incluso tiene menos piedad que yo con la viejecilla ansiosa por conseguir asiento. Disfruta contando cuánta gente parada hay a su alrededor y te mira con asco si osás fijar tu vista distraída más de un segundo sobre él. Pero su arte, su distintivo, el que le da nombre, el que lo convierte en el más sádico del planeta, es su asqueroso hábito del amague. El sádico es el que, de golpe y llenándote de esperanza, cierra el libro que hace 20 minutos lee (y del que, sabés porque lo estuviste vigilando de reojo, no terminó el capítulo), lo guarda en la mochila, haciéndote imaginar el alivio que vas a sentir al ocupar su lugar y…nada. El muy hijo de puta te mira, pensando seguramente “no te vistas que no vas”, y sigue sentadito en su trono, orgulloso y riéndose por dentro de tu ingenuidad, pensando cuál podrá ser su próximo movimiento de amague. Pasan los minutos, te aburriste de esperarlo, decidiste que no se merece ni que lo mires pero, de pronto, sentís ruido de bolsas y tu mirada se dirige nuevamente al sádico que, a tus ojos, recoge sus bártulos para bajarse. Pero no, chiquita, no. El sádico no te piensa dar el gusto, disfruta con tu ansiado sufrimiento por conseguir un asiento y, probablemente, se baje en el destino del ómnibus, justo dos paradas después que vos.

Efectivamente, te bajás y el tipo sigue ahí, altanero, tan sádico como siempre pero, antes de eso, ya te volvió a engañar varias veces. En una inesperada llamada le dijo a su interlocutor por celular que “en un par de paradas ya me bajo y paso por tu casa” o, en la mitad de su viaje que vos ignorabas cuándo (mierda) se iba a terminar, miró hacia afuera por la ventana, como corroborando si era en esa o en la otra que se bajaba, incluso llegó a despegar su maldito trasero del asiento, para volverse a sentar al segundo, satisfecho de comprobar que, además de haberte ilusionado otra vez, todavía le quedaban unas veinte paradas para bajarse.Queridos pasajeros, si de algo sirve el sádico-cómodamente-sentado es para aprender que, el que de verdad se bajará, el que será tu salvación, al que amarás profundamente en cuestión de segundos por otorgarte su preciado asiento, será aquel y sólo aquel que, sin previo aviso, sin falsas alarmas, sin dejarte reaccionar más rápido que la viejecilla ubicada a tu izquierda, se para de un tirón, en un movimiento casi imperceptible, y se baja sin apenas mirarte a la cara. Aprendamos la lección y aceptemos que, en la mayor cantidad de los viajes a ómnibus lleno, habiendo tanto pasajero sádico suelto, llegarás a sentarte justo al final de tu destino o, con suerte, en el living de tu dulce hogar.

Buenas noches para todos, me despido, agradeciendo sus mensajes, cansada pero insomne y, cómo no, tal vez más que nunca,

Loccacomotumadre

La lucha pasajera


Bueno, lo reconozco. Nunca le cedí el asiento a una vieja.

Y por supuesto que a ellas jamás les resulta agradable el hecho de que, una joven sana y tan llena de vida como yo, no les ofrezca el asiento cuando el ómnibus va repleto hasta la puerta, a las encantadoras viejecillas que, carné de jubilada en mano, suben al ómnibus por dos o tres paradas y pretenden viajar cómodamente sentadas aunque después pasen más tiempo para llegar a la puerta de bajada que en el asiento tan preciado.

No quiero poner excusas, sé que el no haberle cedido el asiento al prójimo en estos veintiún años de vida es una actitud muy vil, pero juro que, siempre que sube una de estas personas que nadie desearía que suban cuando el ómnibus va lleno, a mi alrededor considero que hay alguien más joven, más ágil, más flaco y menos cargado que yo. Y esas son características suficientes como para quedarme digna y justamente sentada. Hay alguien que se lo merece menos que yo. Y tiene que pagarlo de alguna forma. Esto no quiere decir que, de vez en cuando, no me sienta culpable. El remordimiento me carcome cuando la viejecilla se tambalea de un lado a otro en cada curva, sostenida débilmente de ese pasamano al que apenas llega en puntas de pie. Y una constante en mi vida como pasajera de CUTCSA es que las viejecillas, casualmente, suelen estar ubicadas justo frente a mi asiento. No importa que mi asiento esté al final y la señora en cuestión recién haya subido. Sin dudas se las arreglará para enfrentarme con su mirada inquisidora, con su expresión de sorpresa cada vez que el ómnibus frena o dobla (señora, ¿acaso no conoce usted el camino?), con su falsa sonrisa inocente que me hace sentir la persona menos servicial del mundo. Pero no me dejo vencer. Le devuelvo la sonrisa más estúpida e indiferente, como si el ser que me mira envidiosa desde arriba, tuviera mi misma edad y careciera de dolores reumáticos. ¿Acaso tengo la culpa, señora, de haber nacido cuarenta años después que usted? Además, tampoco es que esté tan mal, podría tomarse como un cumplido el que no me de lástima y termine dándole mi asiento.

Se preguntarán si no pienso alguna vez en que puedan increparme. Sí, claro que lo pienso. Pero trato de tenerlo todo calculado. Hay una serie de tácticas que siempre funcionan. Por un lado, están en las blandas, las que todo el mundo hace y que, por lo tanto, no se puede confiar demasiado en ellas: hacerse el dormido, mirar distraídamente por la ventana (más complicado cuando tu asiento está del lado del pasillo y la cartera de la viejecilla te roza la mano en cada vaivén) o hacerte el tonto hasta que otro, aún más tonto que vos, se pare, le de el asiento a la señora y, al fin, la maldita cartera deje de rasparte la mano recordándote lo mala persona que sos. Por otro lado, cuando las blandas no funcionan y uno está demasiado cansado (cargado, aburrido o tiene un viaje muy largo) como para cederle el trofeo tan arduamente conquistado, existen las tácticas duras, que no son para cualquiera, al menos no para aquellos que prefieren mantener su integridad personal. Se imaginan que yo, si en veintiún años no he cedido mi asiento a cuanta señora octogenaria he tenido el placer de enfrentar, soy una experta usuaria de las duras. Básicamente, consisten en ser lo más cara dura que te sea posible, mirar a los pasajeros de tu alrededor con indignación, expresar frases tales como “no puede ser”, “me da vergüenza ajena” (en voz lo suficientemente alta como para ser bien escuchada) y, por último, dirigirse amablemente a la viejecilla que te golpea con la cartera y decir alguna frase como “ay señora, si no tuviera este problema en la rodilla (cualquier otro problema de salud sirve) le aseguro que yo le daba el asiento, ¡cómo va a quedarse parada una persona de su edad!”. A continuación, además de ganarte una vieja amiga, te ganás digna y justicieramente el lugar que ocupás, mientras algún boludo que se dio por aludido le cede el asiento esperado y la viejecilla te agradece a vos y no al chico que acaba de pararse y tiene un viaje aproximado de dos horas hasta su casa.

No quiero que me malinterpreten, sé que mi actitud sigue siendo mala pero, al menos, siento que, consiguiéndole un asiento a la señora, aunque no sea yo la que se lo de, puedo dormir más tranquila. Pero ahora que estoy compartiendo esto con alguien mi nivel de remordimiento es mayor. El reflejo de esa persona mezquina en la que me convierto arriba de un ómnibus, cómodamente sentada, me parece repugnante y he decidido cambiar. Al menos, hacer el esfuerzo. Está decidido: en el próximo ómnibus lleno al que me suba (ómnibus repleto, viejecilla que se sube: axioma infalible) prometo hacer lo que, hasta ahora, nunca he hecho. Siempre y cuando, claro está, no haya a mi alrededor alguien más joven, más flaco, más atlético, menos cargado y con más culpa que yo...


Buen día, gente. Me despido de ustedes con ganas de hacerlos reír y

loccacomotumadre